Estoy cumpliendo años, me preguntan cuantos tengo.
Tengo exctamente la edad de mis sueños y esperanzas.
Tengo los años vividos y aquellos que me aguardan.
Hay una edad que fija el documento,
pero mi corazón no entiende.
Me esfuerzo en explicarle, que hay cosas,
según dicen los que saben, que ya no se puede ni se debe.
El niño que me habita, me recuerda,
que hay asuntos pendientes, allá en mi barrio pobre.
Retornaré alguna vez a esos mismos baldíos,
la memoria conducirá mis pasos,
y el dolor de mis muertes y derrotas,
serán frutos maduros en mi pueblo que crece.
A esta edad me atrevo a irrumpir la mañana,
cuando la oscura tez de América va estrechando sus manos,
antiguas herramientas de constriuir la vida.
¿Cuántos años tengo?
Los justos, necesarios para ser quien yo quiero,
jugar a la escondida con el tiempo y el miedo
Y saber que mañana debo salir temprano
porque una antigua esperanza me espera todavía
viernes, 22 de abril de 2011
Porqué escribo
Uno no siempre tiene ganas de escribir,
pero el mundo, el país, avanzan.
Y uno respira el amor que exhalan
las blancas risas de los niños,
la bronca y gruesa carcajada
de hombres y mueres que construyen,
sólo con la fuerza de sus brazos,
la riqueza y el destino del mundo.
Uno ama su país y el lugar que le toca,
a pesar de sus historias siniestras,
obispos olvidados de la belleza de Dios;
de genocidas uniformes,
de letrados de la infamia,
y uno tiene también
muertos cargados en la memoria,
como llamaradas exigentes;
mujeres amadas,
hasta la desesperación y la locura;
multitudes de jóvenes andando,
sin más equipaje que su optimismo,
y la seguridad de la victoria.
Uno sabe que algún día,
indefectiblemente tiene que partir
(a veces los poetas tienen
el extraño capricho de morirse)
Y vendrán los hijos, y los hijos de los hijos,
y los hijos de los hijos de los hijos,
Y quizás, alguna vez pregunten:
¿Qué fue de aquel poeta?
¿Qué hizo de su vida?
Y entonces volveré para decirles:
Nuestro oficio,
es cuidar, vigilar, el tiempo, la memoria,
hasta el día del mundo que habrán de construir
inexorablemente
pero el mundo, el país, avanzan.
Y uno respira el amor que exhalan
las blancas risas de los niños,
la bronca y gruesa carcajada
de hombres y mueres que construyen,
sólo con la fuerza de sus brazos,
la riqueza y el destino del mundo.
Uno ama su país y el lugar que le toca,
a pesar de sus historias siniestras,
obispos olvidados de la belleza de Dios;
de genocidas uniformes,
de letrados de la infamia,
y uno tiene también
muertos cargados en la memoria,
como llamaradas exigentes;
mujeres amadas,
hasta la desesperación y la locura;
multitudes de jóvenes andando,
sin más equipaje que su optimismo,
y la seguridad de la victoria.
Uno sabe que algún día,
indefectiblemente tiene que partir
(a veces los poetas tienen
el extraño capricho de morirse)
Y vendrán los hijos, y los hijos de los hijos,
y los hijos de los hijos de los hijos,
Y quizás, alguna vez pregunten:
¿Qué fue de aquel poeta?
¿Qué hizo de su vida?
Y entonces volveré para decirles:
Nuestro oficio,
es cuidar, vigilar, el tiempo, la memoria,
hasta el día del mundo que habrán de construir
inexorablemente
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