Seguramente en alguna galaxia,
con su enredadera de soles y planetas,
habrá alguien asomado a un balcón,
mirando hacia este minúsculo punto del espacio.
Podría suceder que su mirada llegue
cuando no quede nadie.
Quiero decirle, aquí estamos,
nos llamamos humanos,
pero no siempre hay humanidad
en la memoria
de nuestra cotidiana condición humana.
Somos vertebrados erectos, no todos,
hay quienes suelen agacharse, reptar,
la mayoría sabemos morir de pie.
Tenemos extremidades, brazos, manos,
que pueden interpretar la eternidad con un violín,
como ejecutar la certera cobardía
de un arma disparada por el hombre
contra el hombre,
también sirven para tocar el horizonte.
Extremidades inferiores, piernas, pies,
con ellas caminamos
muchas veces sin saber hacia donde.
Una cabeza, con ojos, nariz,
y una boca para besarnos, cantar, o mentir.
Quiero decirles, más allá de los informes
que puedan recibir si ya no estamos,
la mayoría sabemos reír y tener sed,
siendo una especie medianamente inteligente,
acostumbramos amar sin que nos amen,
enamorarnos de un ocaso de sol, o de la luna,
sembrar en el desierto nuestros sueños,
cultivar la memoria,
y nunca recordar cuando morimos.
Quiero que sepan, si no es tarde,
somos como niños aprendiendo a vivir.
Unos pocos celebran genocidas aquelarres,
en el templo del odio y de la guerra.
Si algún día, desde su viejo balcón,
o con los aparatos que dispongan,
en este diminuto punto del espacio, estalla,
no fuimos nosotros,
que amamos la luz, precisamente.
Fueron ellos,
los imbéciles,
que juegan al odio y a la guerra.
Nosotros, todavía,
Intentamos aprender a vivir
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