Siempre contó como suyo,
sólo su nombre: La Juana.
Lo único que tiene o tuvo,
sólo su nombre y sus ganas.
Jamás supo de un vestido
comprado para su talla.
Nunca estrenó una caricia
ni tuvo sola una cama.
Como persiguiendo al viento,
su padre siempre cansado.
Su madre, tan repartida,
entre una selva de hermanos.
En las tardes de su pueblo,
cuando La Juana desata,
lo más verde de sus años,
ni la ven beberse el alma.
Como no quiso ser sombra,
en la sombra de sus sueños,
una tarde izó sus velas,
y fue llanto hecho pañuelo.
Se hizo muchacha por hora,
esto es, durante el día,
poco más que un lavarropas,
después, una muchacha vacía.
Pero La Juana amanece,
parada sobre sus ganas,
antes de vender sus horas,
ella se prueba las alas.
Su soledad rozó un hombre
¡Y qué importa si la quiso¡
Si fue una canción su vientre,
la madrugada de un hijo.
Por el padre que no tuvo,
por su madre repartida,
por sus horas de muchacha,
por su pueblo que no olvida.
Ahora tiene sentido
tener su nombre y sus ganas,
su sangre ya está en camino,
tiene las horas colmadas.
¡Pobre Juana¡ Ni imagina
que el odio es una navaja,
que va cortando las sendas
por donde el hombre trabaja.
Que hay miserables que acechan
a la vida por la espalda,
y que disponen el orden,
en la mira de sus armas.
Ellos le roban a Juan.
Así se enteró La Juana,
que hay todo un pueblo de Juanas,
despojadas de sus almas.
Pero ya nada es lo mismo,
ya no está sola La Juana.
Tiene conciencia de un hijo,
y un pueblo que la acompaña.
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