Ese hombre sin rumbo atraviesa la noche,
su sombra flota en las cornisas
y me nombra con mi propia voz.
Ese hombre camina por el hilo de un silbido,
buscando una ciudad en el olvido,
sus ventanas, sus árboles,
su gente, son los mismos,
pero no los reconoce ni le hablan.
Supone que aquel cielo,
tan negro y transparente,
aquel aire con olor a infancia,
hoy envuelve extrañas vidas.
Ese hombre que carga mis zapatos,
se bebe la ausencia con el último trago,
desde cualquier esquina.
Revisa sus bolsillos,
Y no tiene ni un centavo de amor
para el regreso
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