Con la primera luz del día,
cuando el sol te reconoce,
un ángel de colores
te provoca en la almohada,
y al lavarte los dientes,
te empaña los espejos
con su lengua rosada.
La ciudad te busca,
te persigue, te reclama;
y el mundo es un reloj,
con un duro compás
que te apura en la nuca.
Te aprieta el colectivo
en el interminable viaje
con todos y con nadie.
El ángel te provoca,
te pinta las ojeras,
te da vuelta los pasos
y te enternece el traje.
Pero tenés un miedo
oxidado en el pecho,
y un aroma de olvido
Te buscaremos una tarde,
con la lluvia en los ojos,
con el viento en las manos,
con la piel de tu infancia.
Iremos con el ángel,
a matar los relojes,
con un arma de luz
cargada de futuro.
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