Ayer, a la hora del crepúsculo,
cualquier ayer, como decir mañana,
un ilustre desconocido,
vale decir, mi hermano,
subió los cuatro pisos
que esconden la pajarera
de tres por tres y medio donde habita,
y decidió iniciar
una concienzuda búsqueda de su existencia.
Comenzó por tirar a la calle
las siete flores que quedaban
del empapelado de la pared,
unas hojas de otoño
que se le habían pegado en la nostalgia.
Después tiró el colchón,
para tirarla a ella,
la maldita desconocida,
que le dejó de recuerdo,
sus muslos humedecidos,
clavados en la garganta,
como una canción sin terminar.
De un cajón desfondado sacó sus años,
y también los tiró por la ventana,
total, ya estaban usados.
En una bolsa de polietileno
encontró sus años por venir,
que fueron a dar en medio del pavimento.
Después se tiró el mismo,
como para firmar la obra.
Dicen los que lo vieron volar,
que mientras iba cayendo,
la cara se le transformaba,
por momentos era parecida a la mía,
O a la tuya, a la cara del país, en definitiva.
Ahora hay una gran discusión,
tratando de resolver quien se hace cargo,
la dirección de tránsito, la policía,
o directamente el ministerio de economía.
Tengo la sospecha de que los años por venir,
se escaparon de la bolsa de polietileno
y están copulando con las flores del empapelado.
Cualquier día de estos.
Les va a nacer un hijo macho
en medio del cemento
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